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martes, 4 de septiembre de 2012

La “Caritas” en la Iglesia Católica

La actividad de la Iglesia en su totalidad debe estar fundada sobre la caridad. Esta actividad eclesial viene a ser “una expresión de un amor que busca el bien integral del ser humano: busca su evangelización mediante la Palabra y los Sacramentos (...) y busca su promoción en diversos ámbitos de la actividad humana. El amor es el servicio que presta la Iglesia para atender constantemente los sufrimientos y las necesidades, incluso materiales, de los hombres” (Deus caritas est, 19).

“La Iglesia en cuanto comunidad ha de poner en práctica el amor. En consecuencia, el amor necesita también una organización, como presupuesto para un servicio comunitario ordenado” (Deus caritas est, 20). Esta tarea siempre tuvo una importancia constitutiva en el seno de la Iglesia y la misma se esmera en la buena organización de este servicio que realiza a favor de los hombres, que es un servicio de amor.

El amor al prójimo nace del amor de Dios, y más que una tarea para el fiel cristiano, lo es para toda la Iglesia como comunidad, que como tal debe vivenciar en sus obras de caridad el amor trinitario. La Iglesia desde sus inicios ha tenido viva conciencia de que este deber es parte constitutiva de su mismo ser (Cf. Hch 2, 44-45), y también testifica la tradición el modo que adoptó para organizar el amor como servicio a los hombres.

De este modo emergió en la estructura fundamental de la Iglesia la “diaconía” como servicio del amor al prójimo, que se ejerce de modo comunitario y de forma ordenada -un servicio concreto, pero al mismo tiempo también espiritual (Cf. Hch 6, 1-6)-. La misma naturaleza de la Iglesia se expresa así en una triple tarea: el anuncio de la Palabra de Dios (“kerygma-martyria”), la celebración de los Sacramentos (“leiturgia”), y el servicio de la caridad (“diakonia”). Estas tres tareas son como modos de desarrollo de una misma realidad: la caritas-agapé, que tiene origen en el amor trinitario y de Cristo hacia su Iglesia (Cf. Deus caritas est, 25).

Es muy importante que la actividad caritativa de la Iglesia no muestre una imagen borrosa o carente de identidad, convirtiéndose en una organización asistencial común y tornándose en una simple variante, sino que mantenga el esplendor de la esencia de la caridad cristiana y eclesial. Por lo tanto es necesario tener en cuenta estos puntos (Cf. Deus caritas est, 31):

La experiencia de un encuentro personal con Cristo debe ser la base de toda actividad caritativa cristiana.

La caridad cristiana debe ser independiente de partidos e ideologías, porque su fuente tiene que el mismo programa de Dios para sus hijos, que se expresa claramente en el texto del buen Samaritano, que es el programa de Jesús; donde uno ve con el corazón y un corazón enraizado en el amor. Es actuar con amor al servicio del prójimo que necesita.

La caridad cristiana debe ser ejercida de un modo gratuito, no debe perseguir fines ajenos a los establecidos por Dios en su Iglesia y menos los que se parezcan a algún tipo de proselitismo. El himno a la Caridad de San Pablo (Cf. 1 Cor 13) debe ser la “Carta Magna” del entero servicio eclesial para protegerlo del riesgo de convertirse en puro activismo.

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